viernes, 18 de julio de 2014

LA CRÍTICA. Dead Snow 2: Red vs. Dead

El nuevo género de Wirkola
En un momento de esta secuela del éxito de 2009, un geek reconoce que se encuentra perdido en medio del Holocausto Zombinazi, que nunca había visto algo así en el cine, y que el protagonista ha creado su propio género cinematográfico. Tommy Wirkola pone en palabras de este personaje lo que “Dead Snow 2: Red vs. Dead” –seguramente en España la traducirán como “Zombis Nazis 2”- debería suponer para el espectador afín: un producto imprevisible, que aprovecha la premisa de la primera para engendrar algo nunca visto antes en el séptimo arte.

Porque era fácil repetirse. Aunque comience justo donde lo dejó la anterior, y tras un breve prólogo que sirve de puente entre ésta y la que nos ocupa –un recurso muy raiminiano que vuelve a vuelve a enlazar a esta saga con “Evil Dead”-, Wirkola se desmarca de ella y tira la casa por la ventana, regalando una trama ridícula y absurda en la que los escollos de guión están de más –esa escena post créditos que viene a estirar el chicle más de la cuenta- y en la que todo es posible. Miembros amputados malditos –de nuevo Raimi-, una familia zombi ampliada –a destacar el médico y su particular manera de “sanar” a los heridos o el pobre podrido que muere y resucita una y otra vez-, mayor dosis de vísceras y humor cafre, intestinos que sirven para reponer combustible… Un batiburrillo de animaladas divertidísimas en una película que se toma aún menos en serio que la primera parte.


Tras un periplo americano en el que el cineasta noruego sufrió las imposiciones hollywoodienses de la calificación por edades, vuelve a su país de origen para ajustar cuentas con el oeste a la vez que permite una segunda oportunidad para despertar viejas rencillas bélicas entre rojos y fascistas, y ofrece una propuesta brutal y repleta de humor negro, que no obstante carece de la frescura y el efecto sorpresa de su predecesora, además de verse resentida por el bajón de ritmo de algunas escenas de diálogos que bien podrían haberse quedado en la sala de montaje, como muchas de las protagonizadas por el bochornoso cuerpo de policía.


Pero lo que importa es que es cine para echarse unas risas, una guerra sin cuartel en la que bebés, niños, ancianos o discapacitados caen ante la cámara de un director sin complejos a la hora incluso de reciclar a su actor fetiche en un nuevo personaje secundario igualmente destinado a ser devorado por los muertos vivientes. Y, además, la incontestable moraleja de que el destino del mundo está en manos de los freaks –americanos, para más señas-, y de que en una cinta de estas características también hay sitio para el romanticismo en un final que es puro amor salvaje. Lo dicho, lo nunca visto.

A favor: que no repite los esquemas de su predecesora, y la vuelta de Wirkola con una propuesta que tira la casa por la ventana en todos los aspectos
En contra: su falta de frescura con respecto a aquélla y ciertas carencias de ritmo

Calificación ***1/2

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