viernes, 22 de agosto de 2014

LA CRÍTICA. The Zero Theorem

Fe en el caos
A modo de barroquismo pythoniano, Terry Gilliam ya buscaba en sus orígenes como cineasta el sentido de la vida a la vez que su lugar dentro del mundo cinematográfico, y definía, trabajo tras trabajo, sus manías y rarezas como autor. Para un realizador tan personal como él cabe preguntarse si ya ha encontrado el final de su propia carretera hacia la autoría absoluta, si aún le queda algo interesante por contar o se ha convertido en un espejo de sí mismo. Y aunque la respuesta sea afirmativa, el director británico sigue levantando expectación con cada nuevo trabajo, dando buena cuenta de lo imprescindible que ha sido para el séptimo arte. Sin embargo, podría decirse que desde “Miedo y asco en Las Vegas”, la carrera de Gilliam se encuentra malherida, y sus posteriores proyectos no han sido más que llagas supurantes de lo que en su día fue, sin por ello haber estrenado en este periodo de tiempo una obra que pueda considerarse olvidable. Pero mucho menos memorable.

“The Zero Theorem” es 100% Terry Gilliam, para bien o para mal. Será bien recibida por todos sus admiradores, con lanzas y antorchas por sus detractores, y con escepticismo por quienes no se decantan ni por un bando ni por el otro. Recuperamos, eso sí, al Gilliam artesanal, no al que lleva años sucumbiendo al CGI, pero por lo demás todo suena a ya visto. Ese mundo otaku orwelliano, a caballo entre lo retro y lo futurista, burocrático y frío, ya se nos presentó en “Brazil”, aunque aquí vertiendo las tintas hacia la sociedad de la sobreinformación y la globalización informática. La historia del triste hombre encerrado en su propio mundo, y que vive aferrado a sus propias fantasías en medio de un entorno aburrido y salido de una cadena de montaje, lo hemos visto en la citada “Brazil”, en “Doce monos” o en “El rey pescador”. Y la locura a la que sucumbe su protagonista en busca de su reducto de felicidad personal puede aplicarse a cada uno de los seres que habitan su filmografía. Y a nivel estético tenemos su particular uso de la música, una galería de personajes estrafalarios –en este sentido funcionan mejor los secundarios que el correcto Christoph Waltz- y su predilección por los encuadres cerrados, los planos cenitales y el surrealismo visual.


Pero más allá de que Gilliam se repita a sí mismo en sus pulsiones cinematográficas, que soportará el espectador según su grado de tolerancia, lo que no encuentra desde hace años es un guión férreo a la altura de su particular mirada. Y es aquí donde falla “The Zero Theorem”. Pat Rushin firma un libreto que ha sido escrito sin ninguna impronta personal, destinado al parecer para que Gilliam lo ejecute, creando un futuro tan enrevesado y hermético que acaba perdiéndose en sus propias líneas argumentales.


Y es una pena, porque la historia tiene muchas sublecturas interesantes, desde la sátira sobre el materialismo, el existencialismo como moneda de cambio, y sus disertaciones sobre la Nada y el Caos, y la relación de éstas con la vida de un individuo con una profunda fe en el caos. Un ser tan aferrado al ideal de una llamada telefónica que no llega y que de sentido a su vida, que en su propia búsqueda del sentido de la vida ha llevado una vida sin sentido. Gilliam parece hablar de sí mismo y de su cine, de un universo en expansión permanente que tiende hacia la nada. Todo lo que quedará al final es lo mismo que había al principio. Un agujero negro súper denso. Pero hasta en el vacío más absoluto puede existir una playa paradisiaca bañada por un Sol con el que jugar, al ritmo del “Creep” de Karen Souza. Esperemos que así ocurra con su carrera un día, y nos deleite con la gran película que todos esperamos, y que sabemos que es capaz de hacer.


A favor: que es puro Gilliam, para bien o para mal
En contra: el guión y la sensación de que Gilliam se repite
Calificación **1/2 

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