jueves, 21 de abril de 2016

LA CRÍTICA. La invitación

Reencuentro
Hay filmes de los cuales es arriesgado hablar. “La invitación” es uno de ellos. Ni siquiera se pueden enumerar sus posibles referencias sin caer en el tan de moda y temido spoiler. Es algo así como una versión siniestra de “Reencuentro”, con una premisa inicial muy similar, en tono y forma, a la reciente “Coherence”. Es decir, una reunión de amigos que acaba derivando en algo totalmente distinto. Y hasta aquí se puede contar.


Sí se puede hablar de ella en términos cinematográficos, y justificar por qué triunfó en la última edición del festival de Sitges. Y también se puede decir que es una rara avis en la filmografía de su directora y guionistas, que en su haber tenían productos tan dispares como “Aeon Flux”, “Furia de titanes” o “Jennifer’s Body”. 

“La invitación” supone un paso adelante, un golpe de suerte o un momentáneo momento de inspiración en sus carreras. O quizá llevaban todos estos años haciendo filmes para la industria y ahora les ha llegado la oportunidad de demostrar que hay talento en sus cabezas. Porque estamos ante una de las propuestas actuales más refrescantes dentro del fantástico. Sí, suena ya manida esta expresión, y se ha usado hasta la saciedad últimamente con películas como “Babadook” o “It follows”. Pero cuando una cinta lo merece, lo merece.


Y ésta lo merece. Todo un ejemplo de sabiduría en la realización, el guión y la interpretación que, no obstante, no agradará a quienes vayan buscando un film de terror al uso. Un tipo de terror que, no obstante, abraza en sus minutos finales, cuando se vuelve más convencional, pero solo para asestar otro duro golpe al espectador con un plano final que es digno de elogio, arrojando una mirada malvada hacia ese Hollywood lleno de estrellas no en su sano juicio precisamente.


Encomiable cómo maneja los tiempos Karyn Kusama, cómo trabaja con el sonido y el fuera de campo, con la fotografía y con las posibilidades de un guión que cabalga siempre entre la ambigüedad y el desconcierto. El resultado, que logremos meternos en la cabeza de su protagonista y nos angustiemos. Que todo nos parezca tan raro aunque en realidad nada ocurre ante nuestros ojos. Poco más de noventa minutos de pura tensión in crescendo lograda a base de miradas desconfiadas, acusaciones directas y una banda sonora que no hace más que provocar que nos mordamos las unas. Al final, los que logren entrar en ella y darle tiempo para que se desarrolle, acabarán viendo fantasmas bajo esa desconcertante luz roja final. O igual sí los había. Es la magia de esta joya moderna, que ni conociendo la gran revelación final estaremos seguros de lo que hemos visto.

A favor: cómo usa todos sus modestos recursos para meter el miedo y la desconfianza en el cuerpo
En contra: el tramo final, algo convencional, y que pasará desapercibida por nuestras salas

Calificación *****
Imprescindible

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