martes, 11 de abril de 2017

LA CRÍTICA. Ghost in the Shell: El alma de la máquina

Esa concha sin fantasma
“Ghost in the Shell” fue, con permiso del “Akira” de Otomo, la encargada en los 90 de derribar definitivamente los muros entre Oriente y Occidente, entre anime y cine de acción real, de conseguir hacer soñar a millones de personas con algo más que ovejas eléctricas, de unir definitivamente inteligencia artificial, espionaje, cyberpunk, política y ciencia-ficción en un combo de aspiraciones metafísicas que supuso todo un boom en el momento de su estreno, hace veinte años, y que ha derivado en toda una franquicia y un objeto de auténtico culto.

Lo primero que podemos echar en falta en su readaptación cinematográfica es que ésta no aporte nada nuevo a lo ya visto. Tiene una estética fabulosa, pero deudora de filmes como “Blade Runner”, y una concepción de las escenas de acción que puede recordar al “Matrix” de los Wachowski, otra ramificación surgida del film original de Mamoru Oshii. Todo en ella suena a déjà vu, pero no es que tampoco la cinta de Rupert Sanders trate de desmarcarse de sus referentes, por lo que en ese sentido es honesta.


Su primer pecado es que confunde grandilocuencia con un constante ralentí del ritmo narrativo. No olvidemos que estamos ante un blockbuster, y que como tal debería cubrir unas exigencias más enfocadas hacia el gran público. Y sin embargo, Sanders prefiere darle un toque más oriental al conjunto, más pausado e intimista, más de escenas en espacios cerrados que de potenciar hasta el infinito las posibilidades del universo que está trasladando a imagen real. Ello deriva en un tempo narrativo que puede atragantarse a más de uno. Incluso sus escenas de acción resultan desangeladas, faltas de esa alma que las diferencie de otras propuestas similares. Y he aquí su segundo y mayor pecado, su hermetismo, su falta de pasión y de ser algo más de lo que es, de desmarcarse de cualquier referencia y constituir un ente propio y consistente.


Por el camino, muchas cosas interesantes y destacables. Su reparto, su apartado visual, la excelente banda sonora de Clint Mansell y Lorne Balfe, los momentos en los que copia planos de su referente, y el interés con el que se ve su historia y cala su mensaje –bastante masticado y servido en bandeja para las grandes masas, eso sí- si el espectador consigue no quedarse dormido durante su visionado. No satisfará, por supuesto, a aquellos que encuentren en el manga y la película original un mantra a seguir. Porque esto, más que una adaptación literal, es una traslación libre basada en todo un universo por explorar y a expandir. En vista de los réditos en taquilla, no es probable que esto último suceda. Al menos no de esta manera. Y es que todas sus virtudes sirven de poco si bajo su concha, si bajo su lujoso y atractivo cascarón, no hay un alma que lata con fuerza. Eso que aquí llaman un fantasma.

A favor: el apartado audiovisual y el interés con el que se ve si uno logra no quedarse dormido
En contra: le falta mucha alma a esta máquina, y que confunda grandilocuencia con tempo narrativo

Calificación ***
Merece la pena

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