viernes, 15 de septiembre de 2017

LA CRÍTICA. Barry Seal: El traficante

La era de los inconscientes
Barry Seal era un adicto a las emociones fuertes. Su vida a los mandos de un avión de pasajeros de una gran aerolínea se le quedaba corta, no le proporcionaba la dosis de adrenalina que necesitaba. Pero ante todo, Seal era un inconsciente, un imprudente que creía controlar todo aquello en lo que se metía, sin querer ver el riesgo que comportaba, centrado únicamente en cumplir el tan ansiado sueño americano. Lo mismo se convertía en mula aérea del cártel colombiano de Pablo Escobar, que hacía las veces de agente doble para la CIA en el conflicto Irán-Contra, mientras amasaba incontables sumas de dinero que no sabía dónde almacenar.

“Barry Seal: El traficante” –otro desatino en cuanto a traducción de títulos- no es un biopic. No le interesa contar con detalles la vida de su oportunista protagonista. Su objetivo es retratar una época, un estilo de vida, un país y una política, cuyas consecuencias seguimos sufriendo hoy en día. Una crónica hecha en Hollywood, pero que parece querer desmarcarse de ella, sobre los excesos de una agencia y de toda una nación que, al igual que su personaje principal, creía saber lo que hacía. Es decir, ésta es la historia de una era y de toda una sociedad de inconscientes, de las meteduras de pata de la política exterior estadounidense, no muy alejada de la de ese tan odiado señor que hoy en día se sienta en el Despacho Oval.


Y aunque pueda parecer exagerado el vertiginoso y dopado ritmo que Doug Liman imprime a la cinta, no se le ocurre a quien esto escribe una mejor manera de contar esta historia. Sus excesos narrativos acaban convirtiendo a este film en un ejercicio de estilo que consigue desmarcarse de la línea habitual de este tipo de productos. Es como si Michael Moore hubiera rodado un documental con actores, y que el resultado hubiera sido tan desconcertante y anacrónico como escuchar a la Royal Philarmonic Orchestra versionar música clásica en clave disco.


Selección musical, montaje, guión, puesta en escena… Todos sus aspectos ayudan a convertir a esta película en un entretenimiento didáctico y atractivo, que por supuesto no deja de ser un vehículo de lucimiento para su actor protagonista. Y es aquí donde consigue otro de sus grandes hitos. A Tom Cruise le viene el papel como anillo al dedo, y consigue quitarse esa espina clavada tras algunos trabajos recientes no demasiado afortunados. Una de las mejores interpretaciones del intérprete de los últimos años, y uno de los mejores trabajos de su director. Toda una patada en el culo a un sistema siempre corrupto, dominado por ilusos, y por el que pagan los ciegos corderos, que no somos otros que todos los demás. Y no deja de ser un film oportunista por la era en la que nos encontramos. Pero pocas veces el oportunismo ha sido tan bienvenido y ha estado tan bien servido.

A favor: la forma de narrar la historia, y un Tom Cruise en estado de gracia
En contra: que a algunos les puedan su oportunismo y sus excesos narrativos

Calificación ****
No se la pierda

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