viernes, 2 de marzo de 2018

LA CRÍTICA. Yo, Tonya

Amor y odio sobre hielo
Estados Unidos, tierra de la libertad. También tierra de amor y odio hacia sus ídolos. Una celebridad puede verse encumbrada a lo más alto de la más alta cima con la misma facilidad con la que puede caer a los abismos del infierno más abrasador. Para Tonya Harding, su cima se cimentaba sobre una gruesa capa de hielo fácilmente derretida por la ferocidad del circo mediático.

La relación de amor odio que toda la nación mantuvo con ella podría extrapolarse a cualquier otro caso, a cualquier otro país, y también a la película de Craig Gillespie. La parte del amor la pone su desparpajo, el frenético montaje y esa inconcebible e inesperada tendencia hacia la comedia negra, que retrata de manera desenfadada temas tan espinosos como la violencia de género, y que hace que en primera instancia se desmarque de otros biopics de temática similar. Gillespie acierta con el tono, y eso la hace una cinta cómoda de ver. Pero sobre todo, el amor que reside en ella lo transmite el elenco principal. Margot Robbie está inmensa, Allison Janney se come cada escena, y Sebastian Stan da el Do de pecho alejándose del personaje que le ha dado la fama en todo el globo.


Sin embargo, también puede desarrollarse hacia ella una sensación de odio, en la que influye especialmente la manera en que está contada, y su propia condición de biopic. Porque al fin y al cabo, lo que Gillespie hace en este film es dejar atrás cualquier atisbo de autoría y convertirse en una especie de David O. Russell, quien a su vez pilla no puede eludir ese aroma a ya visto que desprenden sus trabajos. Una falta de identidad que, al igual que en el caso del responsable de “El lado bueno de las cosas”, acaba derivando en un ejercicio extenuante para el espectador. “Yo, Tonya” puede llegar a cansar a más de uno por sus excesos fílmicos, y esto acaba derivando en el problema principal de la mayoría de los biopics, la irregularidad. Pese a los acertados intentos de Gillespie por hacer una cinta dinámica, su dinamismo funciona a ratos, y se va diluyendo conforme avanza el metraje. Para cuando acaba, no sólo queda la sensación de que esto ya lo hemos visto antes en otras manos, sino de que su segunda mitad sigue los postulados de la primera, pero ya con una importante carga de hastío a sus espaldas.


Lo positivo del caso que nos ocupa es que, con todo, no deja de ser un trabajo loable por su falta de prejuicios, por su descaro y valentía en la forma que tiene de relatar los hechos. Y entretenida, que es muy importante, pese a los tiempos muertos que atesora. Afortunadamente, lo bueno que tiene se impone sobre lo malo. La batalla sobre el hielo entre el amor y el odio acaba, como explicara Robert Mitchum en la imprescindible “La noche del cazador” a golpe de nudillo, con una notable victoria de la primera sobre la segunda. Y ya solo por eso bien merece la pena su visionado.

A favor: su elenco principal y el dinamismo de su puesta en escena
En contra: que sus recursos ya los hemos visto antes, y sus excesos acaban pasando factura al balance global del metraje

Calificación ***
Merece la pena

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